La maldición del tiempo.

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Tras la muerte de sus padres en un accidente de tráfico, Jamie y su hermano se ven obligados a irse a vivir con su tía a un pequeño y alejado pueblo. Pero las cosas no son como parecen: todo tiene un sentido oculto, las personas están consumidas por sus pasados y además algo perverso azota la ciudad, aunque nadie es capaz de luchar con tras ello. Rightwood acarrea una maldición, pero nadie es capaz de romperla. Ella retomara su antigua vida, descubrirá sentimientos y sensaciones nuevas, y destapara el oscuro secreto que lleva ocultando su nuevo hogar durante años, enfrentándose a su nuevo destino, y siendo consciente al fin de lo que ella realmente es. Jamie comprenderá el verdadero significado de la amistad, del valor, de la inteligencia, pero sobre todo del amor verdadero.

viernes, 8 de abril de 2011

Prefacio.

La vida es dulce o amarga; es corta o larga.
¿Qué importa?
El que la goza la halla corta, y el que la sufre la halla larga.

Ramón de Campoamor.

El coche traqueteo por la tosca carretera de piedra y arena, levantando una nueva nube de polvo, como llevaba haciendo hacía casi ya media hora. El aire entraba sofocante por la ventana trasera, que permanecía bajada totalmente, haciendo que el pelo de Jamie se moviera alborotado y la azotara en la cara. Apoyó una mano en el reposabrazos y soltó un suspiro. El ambiente estaba caldeado en el exterior, con una atmosfera cargada de humedad que indicaba que pronto una tormenta se precipitaría sobre ella y cubriría todo de agua tibia. De forma amortiguada se podía captar el canto de los grillos, y de vez en cuando el ruido de las pisadas de algún animal pequeño. Los arboles pasaban rápidamente a su lado, convirtiéndose en verdes formas abstractas, y el olor del polen reciente inundaba sus fosas nasales con acritud.
Jamie desvió la mirada hacia delante, sobresaltada por el repentino ruido de la radio. El conductor del taxi acababa de encenderla y tenía un volumen demasiado alto, además, la voz llegaba llena de interferencias, e inundaba el vehículo de un ruido muy desagradable. Entonces sus ojos se encontraron con los de Christopher, sentado en el asiento de delante. El contacto de sus miradas duro varios segundos, y ambos pudieron ver lo que pensaba él otro tan solo con el apreciar el tenue brillo de sus ojos. Eran hermano, y siempre habían estado muy unidos, pero las cosas habían sido difíciles últimamente, y habían tenido problemas. Sus vidas habían cambiado de forma radical estas últimas semanas, y la cercanía de las cosas y los recuerdos extremadamente vivos hacían que no estuviesen en su mejor momento. Era ahora cuando realmente demostraba su madurez como hermano mayor, y cuando Jamie debía sacar a relucir su valor para afrontar los hechos que le caían encima como pesadas losas de piedra. Todo era demasiado para ella.
Las cosas habían pasado demasiado rápido. Hacía menos de una semana que ambos llevaban una vida completamente normal. Iban al instituto, se preocupaban por los resultados de los exámenes, tenían amigos, salían y hacían las cosas estúpidas ha haría cualquier adolescente de su misma edad, pero entonces, como de la noche a la mañana, se habían convertido en huérfanos, quedando solo en el mundo.
Un veinteañero borracho se había cruzado en el camino de sus padres cuando estos regresaban de una de sus cenas íntimas que organizaban los fines de semana. Su madre había muerto en el acto, mientras que su padre había tardado unas horas más en fallecer. Había expirado en el hospital, con Jamie llorando en la sala de espera y con Christopher a su lado, suplicando que siguiera viviendo.
Después de juicios, trámites legales y otras cosas que no deberían estar permitidas en estas circunstancias, había dictaminado que el chico que causo la muerte quedaba imputado, condenado a pagar una multa y los gastos médicos que el mismo había provocado. Él había salido ileso, y ahora tenía una vida que disfrutar por delante, manchado por un pequeño error que no le quitaría el sueño y que probablemente se perdería en sus recuerdos con el trascurso de los años. Cosa que no les pasaría a los dos hermanos, que jamás olivarían este terrible accidente, que les había arrebatado injustamente lo que tenían, y les había obligado a renunciar a muchas cosas en la vida.
En ese mismo momento viajaban hacía la casa de su tía. Era la única pariente que les quedaba con vida, y que había accedido a quedarse con ellos. El resto se había desentendido, y Jamie había comprendido que la falsedad también se puede encontrar en las personas más allegadas, y en las que más habías depositado tu aprecio. Se había consolado pensando que era una buena forma de deshacerse de la mala gente que inundaba su vida, pero ni ella misma era capaz de consolarse con esa idea.
Raffaela Lambert era la hermana de la madre de Jamie y Christopher. Hacía ya bastantes años que no se habían visto. Después de la muerte de su esposo, causada por un cáncer de pulmón, Raffaela había huido a un pequeño pueblo llamado Rightwood, perdido en medio de la nada y con tan pocos habitantes que su número ni siquiera llegaba a sobrepasar la centena. Su hijo Mathew la había acompañado solo con la edad de 15 años, y desde entonces jamás se habían vuelto a ver en persona. Jamie sabía que su madre llamaba de vez en cuando a Raffaela, pero el carácter de su tía nunca había sido fácil, y las circunstancias arraigantes de su mal humor no habían ayudado demasiado, por lo que el distanciamiento no había tardado demasiado en salir a la luz. Ella se había vuelto cada vez más severa y estricta, y no resultaba fácil hablar con ella. Incluso Jamie se sentía asustada con solo de pensar en el momento en el que se verían. No sé imaginaba que podía decir después de tantos años sin verla, y presionadas por la necesidad de quedarse con Raffaela para el resto de su vida.
En ese mismo momento el coche pegó un levé tumbo causado por un bache en medio de la carretera. Esto hizo que Jamie saliera de su embelesamiento de nuevo y que mirara fijamente a través de los cristales. Ya habían llegado a su destino, y el automóvil circulaba por las estrechas y empedradas calles de Rightwood. Evaluó todo lo que pudo el lugar, intentando conocer mejor a lo que se tenía que enfrentar: viejas casas de piedra, otras no tan viejas, pequeñas tiendecillas, edificios antiguos, verjas de hierro forjado, dos o tres transeúntes que miraban el coche curiosos, mezclas de sol y sombra, aromas embriagadores y perros jóvenes correteando por las callejuelas y escapando al bosque a toda velocidad. Era tal y como lo había imaginado, y eso no le gustaba nada.
Y el coche de detuvo.

Bueno, espero que os halla gustado el prefacio. La cosa se pondra interesante, lo aseguro. Dejarme vuestra opinión en comentarios, estoy empezando y esto me ayudaria mucho.
Gracias por leer.